SATURNALES

A finales de diciembre se celebraban durante los siglos de vida del imperio romano la fiestas Saturnales (Saturnalia), en honor de Saturno, el dios del fuego y de los cultivos. Como para poder cultivar se necesita de la luz y del calor del sol, los romanos le rendían culto a Saturno coincidiendo con el solsticio de invierno, el período más oscuro del año. Lo hacían para que regresara a calentar la tierra y hacerla fértil y que la prosperidad se extendiera durante el año siguiente.

El 25 de ese mes de diciembre tenía lugar la culminación de las fiestas con la celebración en honor del “nacimiento del sol invencible” (dies natalis solis invicti), coincidiendo con la finalización de los trabajos del campo, tras la conclusión de la siembra de invierno, cuando el ritmo de las estaciones dejaba a toda la familia campesina tiempo para descansar del esfuerzo cotidiano. Los habitantes de la capital del Imperio comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, al pie de la colina del Capitolio. Se trataba de una fiesta muy popular entre los esclavos ya que durante esos días ellos recibían raciones extras, tiempo libre y otras prebendas. Eran con frecuencia liberados de sus labores y sus amos ocupaban su lugar en una curiosa inversión de roles. De modo que se convirtió en una de las celebraciones más populares del calendario y, sin duda, la más alegre.

En un principio duraba siete días de bulliciosas diversiones que las autoridades intentaron, con poco éxito, acortar en el tiempo, en los que los romanos se entregaban a la diversión, participaban en banquetes en casas a las que llegaban entre árboles repletos de adornos, por calles iluminadas por antorchas, pues por todos lados se encendían luces y antorchas en honor de Saturno. Las casas, repletas de velas encendidas para celebrar la nueva venida de la luz, se encontraban adornadas con ramas verdes.

Era costumbre el intercambio de regalos entre amigos y familiares. El poeta hispano Marcial publicó en Roma un mes de diciembre, temporada universal del obsequio como señala Irene Vallejo en su magnífico libro “El infinito en un Junco”, catálogos en verso de objetos para regalar: delicias gastronómicas, libros, cosméticos, tintes de pelo, ropa, lencería, utensilios de cocina, adornos… Marcial le dedicaba a cada producto un epigrama que informaba al lector sobre los materiales, el precio, las características o el uso al que estaba destinado.

Durante esa semana grupos de artistas, cantores y bailarines salían por las calles e iban de casa en casa entreteniendo a los vecinos.

Plinio el Joven, un erudito romano que vivió entre los años 63 y 113 se aislaba en unas habitaciones de su Villa Laurentina al llegar las Saturnales: “Especialmente durante la Saturnalia, cuando el resto de la casa está ruidosa por la licencia de las fiestas y los gritos de festividad. De esta forma, no obstaculizo los juegos de mi gente y ellos no me molestan en mis estudios”.

Parecen evidentes los paralelismos de las fiestas Saturnales y la celebración del nacimiento del Sol por parte de los romanos con la Navidad que nosotros celebraremos en estos días: participaremos en banquetes con nuestros familiares, con nuestros amigos o con nuestros compañeros y andaremos entre luces, adornos y ramas verdes. Hemos de considerar que los romanos eramos nosotros, nuestros antepasados, pues Hispania formó parte durante muchos siglos, durante muchas generaciones, de Roma. Lo que haremos otro año más será ampliar en el tiempo comportamientos y gestos heredados y fuertemente enraizados en nosotros.

La fecha del 25 de diciembre se transformó tiempo después en la fecha del nacimiento de Jesús, a pesar de que la única información existente al respecto señala que tuvo lugar en primavera. Durante el mandato del papa Julio I (337-352) se fijó la solemnidad de la Navidad el 25 de diciembre para la Iglesia de Occidente, relacionándola así con las celebraciones paganas que hemos descrito, con el fin de intentar cristianizar esos ritos paganos o de aprovechar unas celebraciones tan arraigadas entre las gentes.

Me he acordado de estos últimos detalles al escuchar hace unos días el discurso de una dirigente política que excluía a los no cristianos de la celebración navideña. Y he pensado que “cuanto menos sabemos de un tema, más tendemos a creer que sabemos lo suficiente”, según el conocido como efecto Dunning-Kruger.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *