El comienzo del desarrollo urbanístico de Cieza en torno a 1850

A comienzos del siglo XIX los ciezanos habitaban un pequeño núcleo urbano sin iluminación nocturna, con calles de tierra sin la mínima consistencia que la caída de la lluvia empantanaba en ocasiones y en las que el constante tránsito de caballerías y carruajes originaba que el agua se corrompiera, produciéndose entonces un olor fétido que impregnaba el aire y que daba lugar a graves consecuencias para la salud pública.

El casco urbano de Cieza quedaba entonces delimitado por la Fortaleza, la más antigua construcción de Cieza, asomada al río Segura y la actual calle de Mesones, a la que configuraban dos conventos de religiosos que se encontraban en las afueras de la población, cerrándola. Dividido en dos zonas diferenciadas: la parte alta, de trazado plano y las Cuestas del Río, de gran desnivel y que con frecuencia eran intransitables, tras las lluvias. En el centro se encontraba la Plaza Principal con porches, divididos en casillas con puertas y cerrajas. La iglesia de San Bartolomé se encontraba en un lamentable estado, las Casas Capitulares en un estado ruinoso y su torre o minarete sobre la que se encontraba la campana concejil y el antiguo y destartalado reloj estaba desnivelada, amenazando ruina, mientas que las barbacanas que circundaban parte de la villa estaban en un estado lamentable.

Madoz describe a la población del siguiente modo, a finales de los años 1840: «Consta de 1.300 casas que constituyen 31 calles y 3 plazas, hallándose la principal en el centro del pueblo donde están constituidas las casas consistoriales, sobre las que descuella una torrecita con la campana del reloj público: también está la posada y valsones con las armas del Ayuntamiento, y un nicho de San Bartolomé, que se construyó como aquéllas en 1757. Desembocan en la precitada casa las calles del Cid, Hoz, Manga y Cartas. Las calles principales son espaciosas y llanas, casi todas con aceras; pero muy sucias en lo general, especialmente en tiempos de continuas lluvias. Por la que pasa la general se denomina la de Mesones, en la que hay tres posadas y una de nueva planta que se va a construir en el local que sirvió de hospicio a los frailes Franciscos; confluyen en ella la de Posadas, Plaza Nueva, Angosta, Herreros y San Sebastián: su entrada es por la cuesta llamada Cuesta de la Villa, y su salida por otra del barrio de San Joaquín, denominada Cuesta del Chorrillo. Se encuentra en la misma a la parte del E. el convento que fue de Franciscos, fundado en 1739, cuya arquitectura es del orden compuesto, y el de monjas, Santa Clara, erigido en 1750. En el atrio de aquel edificio y principio de dicha calle, viniendo de Murcia, se ve un paseo circunvalado de una verja de madera, al que llaman Glorieta, que se formó a principios de 1843. En un extremo de la población, en dirección Oeste se encuentra la Casa Encomienda que administraba el consejo de las órdenes; al final de su descubierto se ve una torre de homenage, derruida, que titulan fortaleza, cuyos fuertes paredones y residuos de almenas, testifican en el día la solidez de su tiempo».

Esta lamentable situación de abandono urbanístico se mantendría hasta los años 1850, momento en el que se conseguirá un completo cambio tras la mejora de la actividad económica que permitiría acometer obras largo tiempo postergadas.

En 1856 se inauguró el alumbrado con cincuenta faroles de reverbero, se numeraron las casa con rótulos sobre azulejos traídos de Valencia y en algunas calles se fijó un piso de casquijo y losetas. Se emprendió la reconstrucción de la Glorieta pública que se hallaba destruida en el atrio del antiguo convento, rodeada de una verja de madera. Se reconstruyó la torre del reloj y la fachada del Ayuntamiento y unos años después ya era muy notorio el crecimiento de la población, con la construcción de numerosos edificios, hasta el punto de que se hizo patente la falta de suelo. De modo que paulatinamente Cieza fue adquiriendo la fisonomía que hoy conocemos y alejándose de la que tenía cuando el siglo XIX comenzaba.

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