CARO BAROJA Y SU VIAJE POR MURCIA EN 1950

En el año 1950 Julio Caro Baroja realizó un viaje por el conjunto de España en virtud del cual estuvo también en Murcia.

Sobrino del escritor Pío Baroja, fue historiador, etnólogo, antropólogo y escritor. Personalmente siempre lo he considerado como el mayor intelectual español del siglo XX, por más que durante el régimen franquista no accediera a una cátedra universitaria.

Entre los muchos intereses de Caro Baroja estaba el de la biografía como método e instrumento de conocimiento, dejando reflexiones teóricas sobre ese género literarioy la mejor biografía redactada en castellano, Los Baroja. El ambiente familiar en que nació le permitió desde pronto conocer las diferentes realidades culturales y políticas del momento, así como tener un campo variado de modelos vitales, desde Pío y Ricardo Baroja, a Valle Inclán y otros.

Las notas tomadas de su viaje por Murcia se publicarían muchos años después, en 1984, por el empeño de Francisco Javier Flores Arroyuelo, quien, muy joven, acompañó a Baroja en su periplo murciano. La relación entre maestro y alumno nos sirvió para que las notas del maestro se conociesen y para que el alumno aventajado se convirtiese en otro maestro al que algunos acudimos en muchas ocasiones.

En su publicación titulada Los Pueblos de España, Caro Baroja nos ofrece el resultado de su visión. Así, nos dice que Murcia es en propiedad tierra levantina con influencias castellanas desde la Reconquista, a la que habitan huertanos que elevan para vivir construcciones más o menos frágiles entre las que destacaba la barraca, mencionando que ya hacía mucho tiempo Marín Baldo y Amador de los Ríos habían descrito la barraca murciana, hecha de paredes de atobas (palabra que ha conservado mejor los rasgos originales de la árabe at-tob que la castellana adobe) y entramado de palos de girasol y cañizos que forman el techo a dos vertientes y de mucha inclinación. Suele ser de planta rectangular, sin más hueco que el de la puerta, pues ni chimenea tenía para dejar salida al humo del fogón. Dentro no había apenas divisiones, y el tinajero para el agua, el arca para la ropa y comestibles, las camas, etc. ocupaban diversos ángulos y lados. Con gran sobriedad, casi sólo de vegetales, vivían los habitantes, uno de cuyos trabajos más fructíferos fue la cría de gusano de seda.

En su viaje entró en Murcia por Santomera, proveniente de Valencia. Allí le llamó la atención el atuendo de los hombres en el mercado: muchos con blusa negra y sombrero.

Murcia, describió, está en una vega. Era difícil ya entonces saber dónde empezaba la ciudad y dónde acababa la huerta. La planta de la ciudad le pareció poco significativa, pero le llamó la atención la gran cantidad de iglesias y conventos barrocos que denotaban “la gran propiedad de la ciudad en tiempo de los primeros Borbones”. Le pareció curiosa la persistencia en el tiempo de los nombres de carácter gremial de las calles, como Frenería, la Jabonería, la Platería, la Trapería y La Lencería. También los que hacían referencia a gentes de otros lugares, como Albudeiteros.

Pero una de las cosas que más llamaron la atención del erudito vasco fue la influencia que aún ejercía la personalidad de Salzillo. En la ciudad había entonces “una porción de imagineros y escultores que le imitan más o menos servilmente y que seguían fabricando santos para altares y pasos”. Además, señaló, las figuritas de Nacimiento que seguían fabricándose en Murcia en su aspecto más popular estaban inspiradas en el nacimiento que hizo Salzillo y que se conservaban en un museo.

Observó alguna de sus costumbres populares, por ejemplo la de día de los Inocentes en el que se organizaba un baile por la tarde o la fiesta de las uvas en nochevieja, en la que en una casa se reunían los invitados para despedir el año y en un cesto echaban los nombres de todos los mozos del pueblo y en otros los de las muchachas y se iban sacando alternativamente, lo que motivaba comentarios hasta llegar la despedida del año, a las doce, cuando al mismo tiempo que tocaba el reloj se comían los doce granos de uva correspondientes a sus doce campanadas.

La labor etnográfica sería continuada por Flores Arroyuelo para completar el cuadro de la vida tradicional murciana y que años después constituyen textos de un gran valor para reconstruirla.

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