Una lápida señala el homenaje que Cieza le dedicó a uno de sus maestros, Pérez Cervera, por su trabajo como docente y por conseguir dinamizar los métodos de enseñanza de su tiempo.
Escribí en mi primera colaboración con el Mirador la injusticia cometida con el alcalde Antonio Miñano y Pay, a quien no se le ha dedicado una calle a pesar ser el creador la Cieza moderna, pues la ingratitud duele prevalecer en nosotros sobre el sentimiento de gratitud. Entonces, ¿Por qué mereció el maestro ese recuerdo permanente?
Con el comienzo del siglo XX tuvieron lugar algunos cambios que produjeron al fin algunas mejoras en la educación española, una de las más deficientes de Europa entonces, muy lejos del modelo de escuela pública francesa que había colocado a nuestros vecinos en el primer lugar.
El primer cambio provino desde la misma administración educativa, en los años en los que parecieron encontrar eco en España las ideas regeneracionistas de Joaquín Costa. Porque hasta que el Estado no se hizo cargo directamente de la educación la situación descrita no varió su rumbo, algo que sucedería a partir del presupuesto de 1902.
Esta nueva reglamentación surgió a la vez que en los ámbitos pedagógicos se fue desarrollando un concepto importante: el de la gradación de los niños por edades, lo que daría origen a las escuelas graduadas, un nuevo tipo de escuela que nació muy cerca de Cieza, en la Cartagena floreciente de comienzos del siglo XX, dinamizadas por dos maestros, Enrique Martínez Muñoz y Félix Martí Alpera, quienes consiguieron que el Ayuntamiento de aquella ciudad construyera las primeras Escuelas Graduadas de España.
Fueron unos auténticos propagandistas de la causa escolar y mientras se construía su escuela viajaron por Europa con cargo al presupuesto municipal en un itinerario que les llevaría a visitar escuelas de Francia, Bélgica, Alemania, Suiza e Italia, lugares desde donde recogieron y luego transportaron hasta Cartagena las tendencias pedagógicas más novedosas que serían capaces de producir una importante innovación en las formas educativas que se practicaban en España. Una decisión que también podemos situar en el centro de las aspiraciones regeneracionistas y del movimiento de renovación educativa que se produjo en esos años.
Los interesados en el tema pueden buscar el libro de José Antonio De las Heras Millán, El nacimiento de las Escuelas Públicas en Cartagena publicado por la Concejalía de Educación del Ayuntamiento de Cartagena.
La escuela graduada aparecía como el prototipo de la escuela moderna, racional, científica e higiénica, en la que era posible lograr la educación integral de la infancia. Un modelo organizativo que nacía en oposición a la escuela antigua. Así se expresó en el acto de colocación de su primera piedra el 9 de diciembre de 1900, presidido por el primer ministro de Instrucción Pública, el político liberal murciano García Alix. Su lenta y progresiva implantación por el conjunto de España supondría la transformación y modernización radical del modelo de organización escolar.
De modo que las escuelas graduadas fueron extendiéndose lentamente, aunque en 1914 aún no se habían construido en Cieza cuando ya lo habían hecho en otras poblaciones más pequeñas y próximas, como Abarán. Ello originó un movimiento entre el que destacó la figura del maestro Pérez Cervera, un auténtico movimiento ciudadano que al margen de las instituciones oficiales organizó una campaña popular en pro de la construcción de unas escuelas graduadas y que confeccionaron un periódico cuyo título era Al Pueblo.
Con ese objetivo organizaron mítines como el que se desarrolló en junio de 1914 en el Teatro Galindo y en el que se trató sobre la graduación en las escuelas, los edificios escolares, el material pedagógico, la cantina y el ropero escolar y los medios prácticos necesarios para llevar a cabo las reformas propuestas. Con las conclusiones se organizó una manifestación, a cuya cabeza iría la comisión organizadora y llevó éstas a la autoridad local.
La aprobación del proyecto de las escuelas graduadas ciezanas pareció convertirse en una realidad tras su aprobación en marzo de 1915, gracias a la intercesión del diputado Pidal, a través de los cauces caciquiles habituales en la época. Se les buscaría terreno en el Ensanche, el barrio que se había abierto tras romper el corsé urbanístico que suponían los conventos y las posadas que conformaban la calle Mesones.