Nos gusta pensar en quiénes fueron nuestros antepasados, tanto que se ha abierto un mercado para conocer nuestra heráldica, una disciplina que describe, estudia y explica el significado de imágenes y figuras de los escudos de armas. Pero si tratamos de encontrar nuestros apellidos a través de ella cometemos un importante error pues deberíamos entonces acudir a la Genealogía. Aunque esta se ha asociado tradicionalmente con ella se trata de disciplinas diferentes con algunos elementos comunes.
Por otra parte, cuando queremos indagar en nuestros antepasados a menudo contamos tan sólo en relación con la línea masculina, lo que supone otro error. Cada uno de nosotros provenimos de una cantidad enorme de progenitores: tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos y así sucesivamente en una progresión geométrica. La anterior generación está formada por 16 antepasados, la anterior por 32, por 64, por 128, por 256, por 512 y así sucesivamente. De modo que remontándonos diez generaciones atrás tenemos más de quinientos ascendientes de una misa generación, muchos de ellos repetidos con total seguridad.
Si tenemos tal cantidad de ascendientes al remontarnos tres siglos atrás para construir nuestro árbol genealógico, imaginemos si quisiéramos situarnos en los siglos anteriores.
En ese caso tenemos que acudir a la historia de las poblaciones, a no ser, claro, que seamos reyes o nobles de antigua historia, lo que no es el caso. Deberíamos buscar en las continuidades y en las discontinuidades de la población.
Situémonos en Cieza. En una columna anterior, en relación con su antigua muralla, escribíamos cómo de las dos destrucciones de 1449 y 1477, tras las razzias granadinas, resultó casi toda su población cautivada, generando situaciones dramáticas. Unos se liberaban por concesiones de paz o treguas, otros por rescates monetarios, pero muchos, si no la mayoría, padecieron largos cautiverios y solamente se libraban del padecimiento por su conversión al Islam, que fueron los llamados tornadizos o elches. Es posible, como señaló Hernando de Baeza, que casi todos los ciezanos cautivos en 1477 «se apartaron de la fe cristiana». De estos, muchos hombres fueron caballeros y alcaides del sultán, y las mujeres, esposas y concubinas. Los que no se convirtieron permanecieron en las mazmorras, en las que coincidieron los de los dos asaltos, y hasta 1492 no fueron liberados.
Pero no es este el punto de discontinuidad mayor. En el siglo XIII, unos trecientos años antes, la situación de Siyasa era desesperada, amenazada por Castilla que ya había conquistado Alcaraz y Chinchilla, por lo que aceptó en 1243 el vasallaje ofrecido por el futuro Alfonso X mediante acuerdos que los conquistadores incumplirían, ocasionando la rebelión mudéjar de 1264. Tras el aplastamiento de la revuelta se procedió a repartir las tierras entre cristianos mientras se producía el éxodo de la mayor parte de la comunidad musulmana, aunque desconocemos casi todo de ese éxodo, de modo que no podemos saber cuantos de ellos se asentaron en las Morericas, separados del núcleo urbano principal de la población.
Alfonso X estuvo tres días en Cieza concediendo privilegios para animar a familias cristianas a instalarse en un espacio desolado. Los nuevos habitantes caminaron como fantasmas por calles vacías y casas y barrios enteros abandonados, lo que les llevó a abandonar Siyasa y dirigirse hasta una pequeña alquería: de nuevo se cruzó el río Segura para levantar una nueva ciudad. Aunque los nuevos pobladores no cambiaron su denominación, pues la pronunciación popular árabe de Siyasa era “Siesa”, sonidos que castellanizados originaron Cieça, Ziezar y, finalmente, Cieza.
A estas alturas de la columna creo que ya nos habremos dado cuenta de la dificultad que encontramos para conocer a nuestros antepasados. Todo indica que fueron mayores la rupturas que las continuidades, de modo que posiblemente los ciezanos no provengamos de los iberos que ocuparon Bolvax, ni de la población islámica que ocupó Siyasa dadas las rupturas que hemos visto, y no conocemos con exactitud si provenimos de la población cristiana asentada tras la venida de los castellanos con Alfonso X.
Deberíamos buscar con otra perspectiva. La música y el lenguaje nos `pueden ayudar en este sentido. Así, por ejemplo, nuestras diminutivos terminados en ico o las jotas populares podrían llevarnos a Aragón como un punto importante para intentar conocer a nuestros antepasados.
Pero no esperen muchas certezas.