El pasado 29 de marzo el Museo de Arte Ibérico del Cigarralejo de Mula inauguró cinco nuevas salas dedicadas al Santuario en un nuevo espacio de su exposición permanente. Se cumplen ahora 30 años de la apertura del museo, donde se exhibe una magnífica representación de objetos seleccionados entre los 547 ajuares funerarios exhumados en la necrópolis del Cigarralejo, excavada por Emeterio Cuadrado Díaz entre 1948 y 1988. Los materiales de la necrópolis no fueron cedidos al Ministerio de Cultura hasta junio de 1986, para su custodia, exhibición, estudio, conservación y difusión.
En la exposición destacan los exvotos ibéricos.
Se trata de ofrendas realizadas a la divinidad en cumplimiento de una promesa o en agradecimiento por un favor recibido. Se hacía hace dos mil trescientos años y se sigue haciendo ahora, como puede comprobarse en el santuario de la virgen de la Esperanza, donde cuelgan multitud de exvotos depositados por fieles, objetos que se cuelgan en su pared o en su techo.
Otro ejemplo puede verse junto al Cristo del Carrascalejo, donde se encuentra una imagen del Cristo Crucificado, al aire libre y rodeada de pinos, en una finca privada llamada Carrascalejo. El venerado Cristo del Carrascalejo, llamado así por el paraje en el que se encuentra, es un conocido lugar de peregrinación y señal de devoción de los habitantes de la comarca. Se encuentra elevado sobre una peana y rodeado por una pequeña verja que se puede traspasar. El recinto invita al recogimiento y a la oración en plena naturaleza. La devoción del lugar queda patente en la gran cantidad de exvotos puestos a los pies de la imagen por muchos de los visitantes.
Cientos de años antes ya lo practicaban, de forma muy similar, los fieles de la religión ibérica, que en parte conocemos. El estudio de los exvotos primitivos indica que las divinidades tenían también un carácter milagroso, a las que los devotos acudían en demanda de favores.
Los iberos expresaban su religiosidad a través de exvotos en forma de pequeñas figuras elaboradas en piedra, bronce o terracota, unos elementos de “arte popular” que fueron considerados en un primer momento como representaciones de dioses. Los exvotos metálicos son piezas macizas realizadas mediante la técnica de la “cera perdida, de un tamaño no superior a los 18 cm de altura, con algunas excepciones. Generalmente son imágenes estilizadas de oferentes masculinos y femeninos en actitud de plegaria, con algún rasgo exagerado (manos, ojos, órganos sexuales) y portando alguna ofrenda (un panecillo, frutos, etc.). Del mismo modo también se conocen jinetes, caballos y partes del cuerpo, así como miniaturas de cuchillos en forma de falcata. Su cronología parte de mediados del siglo III de nuestra era.
Las piezas eran depositadas en honor a divinidades, a cambio de protección, bienestar, salud y prosperidad, encontrándose en santuarios ibéricos del sur y sureste peninsulares, destacando núcleos como el entorno de Despeñaperros en Jaén o La Luz (Verdolay, Murcia), así como en otros puntos de Andalucía y Levante. Estos centros de culto siempre se localizan sobre elevaciones del terreno o en cuevas, próximos a importantes vías de comunicación y a cursos de agua, a una determinada distancia de los núcleos de población, siendo en ocasiones auténticos centros de culto comunitarios de control territorial.
Pero el conjunto de exvotos de El Cigarralejo es excepcional ya que la mayoría de ellos representan caballos, algunos ricamente enjaezados, que ofrecen muchísima información sobre las creencias del hombre ibérico. Además, como señala la página del propio museo, hay pocos edificios de culto excavados con metodología científica, con lo que este santuario es único en el campo de la arqueología ibérica, constituyendo una peculiar muestra de esa religiosidad consagrada básicamente al culto al équido como especie indispensable en la vida cotidiana del íbero y como símbolo de poder y prestigio para su poseedor. Otro grupo de exvotos del santuario, menos numeroso, está formado por personajes masculinos y femeninos, así como miembros del cuerpo humano o pequeños objetos personales del fiel que acudió allí hace tantos años.