En dos ocasiones los ejércitos franceses invadieron España por lo que el Reino de Murcia debió sufrir las consecuencias de la violenta irrupción de sus tropas.
La primera tuvo relación con el conflicto conocido como Guerra de la Independencia. En marzo de 1808 Godoy intentó convencer al rey de que abandonara la capital en una retirada estratégica hacia el sur ante la perspectiva que las acciones del ejército francés ofrecían. Fernando VII, que mantenía que el desplazamiento militar francés hacia Madrid era amistoso, se opuso, como lo hizo también el ministro de Gracia y Justicia, cuya firma era preceptiva. La caída y prisión de Godoy significaron la desaparición de toda resistencia efectiva a los planes napoleónicos, mientras que la abdicación de Carlos IV dejó el campo libre al reinado de Fernando VII que tomaría una serie de insensatas decisiones que propiciarían el nombramiento como rey de España de José I, hermano de Napoleón, decisión que ocasionaría el levantamiento de la mayoría de la población española, dando lugar a una devastadora guerra de seis años de duración.
El Reino de Murcia quedó alejado de los frentes de combate con varias excepciones:
Cuando en enero de 1812 se conoció que Soult venía sobre Murcia, los militares españoles la abandonaron y los franceses entraron como “en campo abierto”, hasta conseguir un rescate sobre la población y no sin antes repeler un ataque suicida por las calles de Murcia del general Martín de la Carrera, comandante de la caballería del Tercer Ejército. Durante los días que permanecieron en Murcia, los franceses se dedicaron al robo y al pillaje, desmanes que fueron importantes sobre todo en el barrio del Carmen.
Dos años antes, tras la caída a finales de enero de 1810 del reino de Granada, una columna mandada por Horacio Sebastiani entró en Lorca, indefensa y sin autoridades, abandonándose a siete días de pillaje, mientras otra columna entraba en Murcia el 24 de abril, ciudad que saquearon durante dos días, volviendo después a Granada.
En septiembre de 1812 fueron los pueblos situados al norte, Caravaca, Cehegín, Calasparra, Cieza, Jumilla y Yecla quienes sufrieron la violencia y los saqueos protagonizados por una interminable columna de entre 40.000 y 45.000 personas que pasaron hacia Valencia para reunirse con José I para formar un cuerpo capaz de volver a tomar Madrid, arrasando todo lo que encontraron a su paso.
En 1823 se produjo la invasión de los conocidos como Cien Mil Hijos de san Luis que apoyaron las pretensiones de Fernando VII, de nuevo Fernando VII, para volver al absolutismo, quien desde el Trono había promovido una guerra civil, una guerra feroz entre españoles que tuvo un primer final favorable a los liberales, por cuanto los realistas fueron incapaces de derrotar a los defensores de un sistema de libertades a pesar del apoyo que las potencias europeas brindaron a los sublevados contra el gobierno constitucional. Una victoria concluida cuando las fuerzas del general Torrijos tomaron el fuerte pirenáico de Irati en enero de 1823.
Un ejército español debilitado y dividido se enfrentó a otro poderoso ejército de ocupación que actuó en connivencia con las partidas y los pequeños cuerpos realistas. La rápida victoria francesa se produjo por la inanición de varios cuerpos del ejército español, cuyos generales decidieron abandonar la lucha, convirtiendo lo que debía ser una complicada y difícil guerra en un paseo militar francés, cuyas fuerzas seguían a las españolas, en retirada continua, con la excepción del cuerpo de ejército mandado por el general Francisco Espoz y Mina en Cataluña, o los intentos desesperados de defensa protagonizados por Torrijos y De Pablo en las bases militares de Cartagena, Alicante y Peñíscola.
Antes de que los franceses tomasen Murcia, su Diputación se trasladó hasta Cartagena, desde cuya plaza fuerte sentían el paso de los franceses por los pueblos de Alicante y Murcia, cuyas localidades iban quedando sin defensa que oponer a las bandas de realistas que marchaban en su retaguardia esperando su “liberación”. Tras la toma francesa de Murcia, las patrullas realistas realizaron sangrientas represalias. El 3 de julio se instaló una Junta provisional de gobierno presidida por Bermúdez de Cañas quien se presentó en el Arenal y entre aclamaciones y vítores de la muchedumbre congregada quitó la lápida de la Constitución, sustituyéndola por un cuadro de la Santísima Trinidad.
Finalmente Torrijos y De Pablo debieron capitular y entregar las bases de Cartagena y Alicante, último lugares españoles ocupados por los franceses.