Hace unos días asistí en el Teatro Capitol al acto de entrega de las distinciones a las Mujeres Rompedoras de Cieza, en una celebración muy bien organizada por la Concejalía de Mujer e Igualdad de Oportunidades de su Ayuntamiento.
El objetivo, tanto de las distinciones como del acto que reunió a las galardonadas, era el de visibilizar a las mujeres que han abierto en el municipio los distintos caminos que han llevado, o que terminarán llevando, a una igualdad real entre mujeres y hombres. Objetivo que parecía imposible hace apenas unos años.
En el acto fue frecuente la emoción de las galardonadas o de quienes recogían la distinción de las galardonadas. Por ello fue emocionante para todos.
Porque, como escribí hace unos años (“La invisibilidad de las mujeres para la historia. El caso de Cieza”, revista Andelma”), cuando uno lee la Historia de Cieza puede obtener la impresión de que se trata de una historia de hombres, una historia de los ciezanos en definitiva. Y eso es así porque el discurso de género y los valores culturales y políticos derivados del mismo se articularon a partir de la noción de la domesticidad, una forma de pensar, general durante mucho tiempo, que ha producido un discurso de género que asignaba el espacio público al hombre y el privado a la mujer, con una clara separación de espacios entre ambos muy difíciles de traspasar y que generó la noción de que la trayectoria social de las mujeres se tenía que circunscribir forzosamente a un proyecto de vida cuyo eje era la familia.
La primera consecuencia fue la formación que recibieron, siempre inferior que la de los chicos, pues la lógica de ese discurso llevaba a pensar que no era necesaria la educación de las mujeres al no precisarla para la acción en la que quedaban confinadas, en la esfera doméstica, una vez que se había construido el eje de la feminidad a partir de la maternidad y la reproducción.
De modo que nunca aparecen con nombre propio en algún documento público, en alguna proclama, en alguna noticia… Cuando lo hacen es en conjunto, con referencia a las mujeres ciezanas, en la noticia del recibimiento a un rey, como “una colección de mujeres guapas y de distinguidas jóvenes”, o en alguna copla, como la que empieza:
¡Que puso Dios en los ojos
de las hermosas ciezanas,
que cuando miran sonríen
y acarician cuando hablan!
La primera vez que aparecieron mujeres con nombre propio fue en noviembre de 1939 con motivo de la huelga de las Picaoras, que pararon tres fábricas para exigir un jornal mínimo. El resultado fue el inicio de diligencias por Tribunales Militares para procesar a las supuestas cabecillas: Dolores Ríos, Dolores Martínez, Agustina Lucas… (Ver MARTÍNEZ OVEJERO, A: La represión franquista en Cieza y en la Región de Murcia. En Revista TrasCieza nº 6).
Cerca de un siglo después el escenario donde se agruparon las mujeres que habían roto los moldes creados durante siglos era muy diferente. Con alegría y con emoción, fueron recordadas entre aplausos, comenzando por esas mujeres esparteras, primeras en reivindicar los derechos laborales, como hemos comprobado, y con las más antiguas en romper sus respectivos techos, como Doña Adela, primera mujer en tener una calle a su nombre, o mi propia madre, María Giménez Camacho, quien con sus hermanas y su madre abrió el primer salón de peluquería de Cieza, o las primeras tres funcionarias ciezanas, o como M.ª Pilar Toledo Molina, primera mujer en crear un taller de costura profesional. Pues esta fue la primera etapa, el desempeño de nuevas profesiones «femeninas», como enfermeras, modistas o peluqueras, que fueron abriendo lentamente la puerta a un nuevo modelo de mujer que se desmarcaba de su papel tradicional familiar.
Después comenzaría una segunda etapa, en la que probablemente nos encontremos todavía, que ha conocido a la primera escultora, Carmen Carrillo Ortega, la primera sargenta de la Policiía Local, M.ª José Hernández García, la primera economista, M.ª José Martínez Villa, la primera psicóloga, la primera futbolista, la primera conductora o la primera enóloga.
Nombres propios de mujeres que se erigen en protagonistas de nuestra historia, de nuestro tiempo.